
Hace ya dos años que decidí dejar mi trabajo. ¡Y tenía un contrato y todo!
Había terminado la universidad y durante 9 meses estuve encargado de unos platós de video y fotografía. No era divertido, era repetitivo, y lo peor de todo, no aprendía nada.

Fue por eso que a finales del 2009 me enamoré de la tribu de los Dani, que habitan en Papúa. Buscando por Internet: en youtube, en flickr, en wikipedia; y leyendo literatura de viajes, soñaba y me imaginaba verles en persona, ver como caminaban, como se hablaban entre ellos; un amor repentino por conocer la tribu en persona me recorría por el estómago cada vez que dejaba volar la mente.
Soñaba con tener la cámara y compartir momentos con ellos; pensaba que encuadres y composiciones podrían ser interesantes, con que tonalidades etalonar el reportaje y me regocijaba pensando en ver la foto en el respaldo de mi cámara de fotos.
En Diciembre de 2009 comencé el viaje a Indonesia, compré un billete de ida y vuelta con cuatro meses y 12 días para mí. En la embajada de Indonesia de Madrid pedí un visado especial con algún privilegio de estancia, comencé los tramites con dos meses y medio de antelación; tras esperas y reuniones con el agregado cultural y su secretaria, el día antes de coger el avión, el lunes 7 de Diciembre, me denegaron el visado.
Además, mi equipaje eran 3 bultos: mi mochila de cámaras (17 kilos), una hard-case con baterías y flash (22 kilos) y una bolsa con trípodes, softbox, reflectores, medicinas y algo de ropa (19 kilos); conclusión: tenía exceso de equipaje lo mirase por donde lo mirase. Este exceso me costó 400 euros en Londres, que era exactamente el 8% de mi presupuesto total del viaje.
A mi vuelta, argumenté a la encargada de la compañía aérea con la que viajaba que mi mochila de cámaras debía ir conmigo, pues el seguro de las maletas que van en la bodega sólo cubre un valor de 350€, insuficiente para el precio del material fotográfico; ¡coló!
Pasé dos meses en Indonesia, con una salida a Kuala Lumpur (Malasia) para renovar mi Visa, porque finalmente la conseguí en el aeropuerto de Jakarta, a través del servicio de inmigración Visa On Arrival, aunque sólo fuese por 30 días. Después, mi guía Ricky, con el que pasé 15 días en la isla de Siberut retratando a los indios Mentawai, me escribió una carta de invitación a su país que me valió para conseguir una nueva Visa de 60 días, celebrada como si de un premio se tratara.
Pasados dos meses de entrenamiento en Indonesia pasando por Jakarta, Indramayu, Padang, Siberut, Kuala Lumpur, Bali, Makasar, Tana Toraja y Sumba, por fin fue el momento de dirigirme junto a una compañera que se unió una temporada a mi viaje (Laura Maroto, productora audiovisual) a Papúa.
Los billetes de avión más caros del espacio aéreo Indonesio son los que se dirigen a Irian Jaya (Estado de Indonesia que ocupa la mitad occidental de la Isla Papúa) y más aun los que realizan vuelos internos en la isla. Durante mi viaje tomé 17 vuelos locales, a una media de 50-60 euros el trayecto, pero el más terrible fue el que tenía como destino Baliem Valley, en medio de las “highlands” de Papúa, donde se encuentran los autóctonos Papuínos. Cuando lo vi me dieron ganas de echarme para atrás, un autentico autobús con alas cortas y hélices, bajo el nombre de “Trigana”. Un avión de cargo con asientos, que subía y bajaba de altura al mismo ritmo que sus motores se revolucionaban rugiendo más o menos.
Pero cuando aterrizamos el miedo desapareció y la ilusión desbocó mi alegría. Los rostros de pómulos angulosos y elevados, las pieles tostadas y el pelo lacio desaparecieron, porque en Baliem Valley, todos los habitantes eran autóctonos; aborígenes de piel negra con narices grandes y rostros agresivos.
Estábamos en Wamena, una ciudad con tres largas avenidas polvorientas y bien amplias con pequeñas casas unifamiliares de un piso a ambos lados. Un supermercado, dos cafés de Internet dirigido por Indonesios, una gasolinera y un aeropuerto cuya pista de aterrizaje equivaldría a la cuarta avenida de Wamena. Pocos coches y el precio de todo quintuplicaba el habitual del resto de estados de Indonesia, ya que todo llega a Wamena en avión, no hay carreteras, ni caminos que comuniquen este pueblo con la zona costera; por lo que todo es más lento, más costoso y en muchas ocasiones frustrante por no haber más solución que la de fusilar la tarjeta de crédito.
A 12 Euros la noche, dimos con el hotel más barato de la ciudad, dirigido por un musulmán y llevado por Crocodail, un ex-militar de las fuerzas Indonesias, aborigen, de la tribu Lani. Cada mañana desayunaba un café hecho con mucha azúcar, agua caliente y café triturado, al sol de las altas montañas feliz por encontrarme donde habia soñado estar.
Solía aparecer algún autóctono Dani, la tribu que más presencia tiene en el pueblo de Wamena, paseando por las calles con su koteka (la calabaza alargada colocada en el pene), su corona de plumas, su collar de conchas marinas y descalzos; con mi bahasa indonesio básico les preguntaba donde vivían, y su respuesta siempre se basaba en los días de caminata que tardaban de su poblado a Wamena, o el número de valles que tenían que atravesar. Después me pedían tabaco, y después me intentaban vender souvenirs, después más tabaco y más tarde insistían en la venta de collares, pulseras, kotecas, coronas...y para rematar, antes de irse, otro cigarro.
Es normal, en Wamena llegan los turistas, hordas de blancos atestan los hoteles en los meses de Julio y Agosto, afortunadamente nosotros estábamos en febrero y nos podíamos sentir más conquistadores o privilegiados por ver de manera más individual a esta gente, pero nada más lejos que la realidad. Nosotros buscamos lo intacto de lo occidental, yo siempre he soñado con relacionarme con una sociedad virgen, pero eso no va a ocurrir; y menos en Baliem Valley.
Siguiendo nuestro deseo por descubrir algo virgen preparamos un treking que rondaría los mil euros por 10 días de caminata. Estábamos nerviosos por encontrar un buen guía que entendiese nuestras pretensiones fotográficas y además sentíamos temor por todos los permisos que tuvimos que sacar en los puestos militares; siempre estábamos localizados ya que existe un fuerte movimiento independentista entre los papuinos autóctonos, deseosos de emanciparse de Indonesia por diferentes razones económicas, culturales y religiosas.
Con cinco porteadores, un guía y un cocinero comenzamos la caminata. Un coche nos condujo hasta un río que hace años se llevó la carretera por delante. Lo cruzamos a pie intentando no ser arrastrados y de nuevo en la carretera avanzamos a pie durante unos 3 kilómetros, en ese punto la carretera terminaba con el último puesto militar y allí empezamos a avanzar por senderos decorados como si el jardín de una casa se tratase.

Durante 10 días caminamos una media de 5-6 horas por escarpadas montañas y en función de si era cara norte o sur, la vegetación era selvática o más árida. Cada día terminábamos la caminata en un poblado, éramos bien recibidos por los autóctonos que nos pedían “gula-gula” y “roco-roco” (caramelos y cigarros) según nos veían aparecer. Dormíamos en la casa del profesor o en la escuela del poblado previo pago de unos 10-12 euros la noche y dependía de nosotros intimar más o menos con nuestros anfitriones.
Durante estos días realicé todas las fotos que pude, aunque el tiempo fue escaso para mis pretensiones, que eran contar la vida de la tribu Dani en sus poblados de las highlands de Baliem Valley; lo positivo es que me servirá como excusa para regresar en una futura ocasión con más medios y más tiempo.
Diego Vergés.
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